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No me enorgullezco de los libros que he escrito Sino de los que he leído (Jorge Luis Borges, El lect

  • Felipe de Jesús López Contreras
  • 11 jul 2016
  • 7 Min. de lectura

Para Michéle Petit[1] la lectura nos llega a manera de imposición, los discursos de “debes amar a la lectura o dicho de otro modo, debes desear lo que es obligatorio”[2]. Esos discursos, que comúnmente los escuchamos en la radio o los vemos en televisión con artistas, convierten en culpable al que no lee.

Son una forma de promover la democratización de la cultura mediante el Estado, pero a la vez, esa promoción de la lectura sirve para que el Estado se lave las manos y echar la culpa a ellos, es decir, ustedes no leen porque no quieren. Así pues el Estado, nos presenta la lectura no como elaboradora del sujeto, en el sentido de que el sujeto gestione su propio criterio, que salga de su entorno, que viaje, que se exteriorice, que pueda ser otro, sino que estos criterios quedan en segundo plano.

Así en una sociedad del espectáculo lo que premia el Estado no es el libro sino a quien dirige el mensaje de la lectura. La promoción de la lectura se convierte en un espectáculo, los actores te dicen que la lectura te hace imaginar, volar, disfrutar, todo eso en 20 minutos de lectura al día. ¿Y el resto del día qué vamos a hacer? Por supuesto, a ver la televisión o a comprar productos que anuncian.

La función del actor es, por una parte promover el éxito, es decir, yo leí por eso soy exitoso, tiene el mensaje de que el exitoso es el que lee, si quieres ser exitoso lee, idea del espectáculo que premia el esforzarse al mínimo y ganar al máximo; la otra idea, es que es que los “artistas existen con el fin de figurar tipos variados de estilos de vida y de comprensión de la sociedad.”[3] La idea del Estado, con respecto a la lectura, por una parte invitar a que lean pero controlar lo que se debe de leer, una literatura imaginativa, que sea disfrutable, más no una lectura que te haga reflexionar, pensar o comparar. Esto me lleva a otro punto, las características que nos presenta el Estado como lectura son propias de la ideología burguesa, el arte está ahí para ser disfrutado. Pero también la clase de lecturas que promueve el Estado (literatura burguesa) es una lectura “útil”, en donde le libro es el depositario del saber, y la lectura pasa a ser una modalidad de instrucciones para la vida[4]. Así los libros que nos son útiles para la vida diaria son los promovidos por el Estado y los medios de comunicación para insertarnos en el sistema neoliberal. En cambio se considera literatura “inútil”, ésta literatura (que son los cuentos, las novelas, los ensayos o la poesía) “se acentúa por el hecho de que el lector está apartado, distraído, separado del grupo[5]”. Esta lectura que permite construir al sujeto como humano, no le es propicia al Estado y al sistema económico, porque no trata de insertar al individuo en el sistema sino que lo aleja y genera una visión distinta del grupo. Mientras que la lectura “útil” inserta al individuo, la otra lo aleja. Para Certeau “los lectores son viajeros; circulan sobre tierras ajenas, como nómadas que cazan furtivamente a través de campos no escritos”[6]. Y ese viaje es el que no permite el Estado. Pero la lectura nos permite “que cada lector es el lector de sí mismo. La obra de un escritor no es más que una especie de instrumento óptico que él le ofrece al lector a fin de permitirle discernir aquello que sin el libro quizá no habría visto en sí mismo (Proust)”.

Por otra parte, la lectura tiene un peso simbólico, tiene una frontera que hace que la lectura de un texto (con una carga simbólica construida a lo largo de la historia) sea destinada a un grupo en específico, y que el iniciado en la lectura necesite del grupo para poder acceder a ella y ser un “iniciado legítimo”[7]. Ginzburg, en su libro El queso y los gusanos[8], nos narra la historia de un molinero llamado Menocchio, que mediante su utillaje mental[9], trató de interpretar varios textos destinados al clero y a los lectores legítimos (esto ocurre en la primera mitad del siglo XVI), la interpretación de Menocchio no fue legítima por no pertenecer al grupo, no estaba supervisada por el séquito legítimo, Menocchio terminará siendo asesinado por la Inquisición. Así libros, como los de Aristóteles o Platón o la Biblia, nos llegan con un peso simbólico, que hace que las interpretaciones o las lecturas fuera de un grupo legítimo sean ilegítimas. Bourdieu llama a esto, apropiación política del texto, es decir, el libro se vuelve una institución, y como institución representa un discurso que legítima la institución, que la coloca en el lugar en que está. Así el texto será dotado de poderes poderes “mágicos”, capaces de servir como guía.

Sin embargo, el lector nunca es pasivo. “El lector se apropia del texto, lo interpreta, modifica su sentido, desliza su fantasía, su deseo y sus angustias entre las líneas y los entremezcla con los del autor. Y es allí… donde el lector se construye”.[10] Y encuentra en la lectura, en frases o en algunos pasajes, una parte desconocida de sí mismo.[11]La lectura tiene contrasentidos, es decir, cómo lo dice el autor y cómo lo entiende el lector. Así, por ejemplo, Chartier nos dice que Lutero leyó en la Biblia lo que él quería leer, lo que su necesidad social le dejó ver. De acuerdo a su campo y habitus[12], el lector podrá interpretar el libro. Los libros, el formato del libro, nos dice Chartier, que también nos remite a la clase social a la que va destinado el libro. Si son de muchos párrafos en una hoja, se interpreta como destinado para la clase iniciada en la lectura, si no tiene párrafos y tiene muchas hojas, el libro será para gente especializada. Así estos formatos son una manera para guiar a los lectores y para distinguir los lectores especializados y a los iniciados.

El libro nos llega con cargas impuestas, con cargas simbólicas que se han creados por la historia mediante los críticos. Y el que lee adquiere el prestigio de los libros leídos. El libro les permite salir de su círculo social, ser otras personas, crear su subjetividad, su criterio. Recuerdo que un amigo en una plática me decía que al leer un autor no sólo lo lees a él sino que lees las lecturas que él hizo, su entorno social, sus angustias, lees un universo mental del escritor, yo diría su utillaje mental citando a Febvre. El libro, al momento de leerlo, entras en contacto con el autor, pero también con sus lecturas a priori, con su utillaje mental, y ese poder, que es creado por el círculo críticos-autor-lector, es pasado por una especie de magia al lector. Es como una reliquia o un amuleto que tiene la capacidad de extenderse en los que leen. Pero esa extensión de poder simbólico (diría Bourdieu) que adquieren los lectores se manifiesta al momento de decir “debes de leer esto, aquello o esto otro”, el lector tendrá la legitimidad, es conocedor del “poder mágico” del libro. Su poder se coloca por encima de ti, porque él es el que sabe, el es el que tiene el poder simbólico, la lectura y la interpretación legítima. La lectura, si es que el joven lee, queda reducida a nada porque el que sabe de libros se presenta como superior a él y la lectura entra impuesta, de ésta manera los clásicos se convierten en aburrido, en una oportunidad de no leer para no ser como los que leen.

La lectura no tiene que servir para legitimarme ante el otro, ni de ser útil en la vida diaria, esa es una visión occidental capitalista y política, sino de acercarme al otro. Nietzsche dice que el sabio sabe comportase entre los animales como entre la gente. Pero parece que la lectura en lugar de acercarnos a los otros nos aleja. El héroe, el que sale de su entorno (en este caso por los libros logra salir de su tierra) para aprender y aprehender, y regresa para enseñar lo aprendido, no regresa a casa (como es de esperarse), no trata de cambiar por medio de lo que aprendió. Sino que se queda en el pequeño círculo de lectores, reduciendo los estudios sólo a un círculo de especialistas, sin tratar de cambiar. Las lecturas quedan en ellos, el lenguaje adquirido lo utilizan como forma de diferenciación, de poder. Hay que extender la lectura hay que ser “iniciadores” como dice Petit, pero no decirle es buena tu lectura o es mala, sino aprovechar, por ejemplo la etapa de exploración en el adolecente, si el adolecente explora su sexualidad por qué no darle poemas, novelas o cuentos en los que hablen de sexualidad, que digan malas palabras, etc., para engancharlos a la lectura y no imponiéndonos. Se dirá que podría despertar en ellos el morbo, ¿pero si eso no pasa y si pasa qué, quieren controlar lo que los hijos y ciudadanos leen? ¿Tienen miedo a que la lectura sea quitadora de certezas? La lectura se le teme porque los saca de su entorno, porque crea un espacio íntimo, privado, porque los aleja del grupo, no hay un control en el que lee.

Para finalizar, el libro no tiene la culpa de lo que hacen los dictadores o las religiones. Los contrasentidos son de la época. No se lee de la misma manera que hace un siglo. La lectura al igual que el comportamiento es bueno si se apega a lo bueno o malo que ésta dictado por la sociedad. Hay que quitar el fetiche de que “tu lectura y comportamiento es malo si no se apega al régimen cotidiano, a la moral establecida”.

[1] Petit, Michéle, Lectura: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económico (Col. Espacios para la lectura), 2008, p. 22.

[2] Ibid.

[3] Debord, Guy, La sociedad del espectáculo: En línea: http://criticasocial.cl/pdflibro/sociedadespec.pdf

[4] Petit, Michéle, Lectura: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económico (Col. Espacios para la lectura), 2008, p. 105.

[5] Ibíd… p. 106.

[6] De Certeau Michel, la invención de lo cotidiano I, Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana, 1996.

[7] No sé cómo llamarle de otro modo.

[8] Puede consultarse en línea en: http://www.fmmeducacion.com.ar/Bibliotecadigital/Ginzburg_Elquesoylosgusanos.pdf

[9] Término usado9 por Lucien Febvre.

[10] Petit, Michéle, Lectura: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económico (Col. Espacios para la lectura), 2008, p. 28.

[11] Gidé André, en: Petit, Michéle, Lectura: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económico (Col. Espacios para la lectura), 2008, p.48.

[12] Conceptos de Bourdieu.

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