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Madre Dolorosa: ¿Ya lloró la virgen?

  • Nayeli Gudalupe Torres Beltrán
  • 5 jun 2018
  • 3 Min. de lectura

Sus ojos miran fijamente,

Observando lo que ha perdido.

Su rostro contenido ante las emociones,

Le provocan el brote de algunas lágrimas.

Toma su paño de seda fuertemente,

He Inclina su cabeza mirando al suelo.

Sus vestimentas se han teñido de negro

En memoria de su soledad y pena.

¡Santa María! Nuestra Señora de los Dolores,

Llora la pasión y muerte de su hijo,

El rey de los judíos.

[Nayeli Guadalupe Torres Beltrán]

El sexto viernes de cuaresma en los balcones, zaguanes, en el interior y afuera de las casas de los pequeños pueblos, se repiten una imagen que refleja el sufrimiento humano, es Nuestra Señora de los Dolores, erguida en los altares improvisados acompañada de trigo, yerbas, semillas, velas, banderitas, naranjas acidas y agua de colores que aluden a las lágrimas derramadas. Las señoras dueñas de dichas imágenes, preparan aguas frescas para el largo día en el que acompañan a la madre de Dios en su pesar. Los devotos, los vecinos y uno que otro foráneo se acercaban a los hogares con dichos altares para preguntar: ¿Ya lloró la virgen? Con esto, la encargada le respondía obsequiándole un vaso de agua y tras este acto los creyentes respondían: “Aquí ya lloró la virgen”. Para comprender el altar de los dolores, debemos saber un poco de la historia de la imagen de la Dolorosa.

La devoción a la virgen María provino de la Europa medieval. La llegada de los conquistadores españoles al Nuevo Mundo, proveyó de imágenes devocionales, muchas advocaciones, creencias y prácticas religiosas que dieron sentido a la vida en la Nueva España, dirigiendo la vida por medio celebraciones y conmemoración principalmente marianas. Un ejemplo es el pasaje del calvario, el dolor de la Madre de Dios por perder a su hijo, con ello la importancia de la virgen en dicho momento, produciendo la diversidad de denominaciones que se le dio como: La virgen de la Soledad, la Dolorosa, Nuestra Señora de las Angustias, Nuestra Señora de la Piedad y del Perpetuo Socorro.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Jn 19,25-30)

El culto y orígenes de la virgen dolorosa, se remontan en el siglo XIII, procedente de los pasajes evangélicos de la Sagrada Biblia, recreándola con características y sentimientos más humanos. Su difusión y expansión del culto fue por medio de las ordenes agustina, jesuita y franciscana en el México colonial, conmemorando la festividad de Los Siete Dolores de María, que van desde la profecía de Simeón hasta el entierro de Jesús y la soledad de María. La aceptación a dicho creencia se originó con el decreto oficial proclamado por el papa Benedicto XIII, un 22 de abril de 1727, conocido como el viernes de Dolores o Viernes de Pasión. Gracias a este acontecimiento, en la Nueva España del siglo XVIII, se fundaron y multiplicaron cofradías bajo esta advocación, conmemorando y acompañándola a la Madre de Dios en su dolor durante la cuaresma, ocho días antes del viernes Santo. Los pobladores novohispanos se regían en tiempos de cuaresma en un orden y un tiempo escatológico cristiano.

Con toda esta carga religiosa y tradición teológica de la virgen María en el México colonial, la conmemoración del Viernes de los Dolores fue una fiesta en donde la familia, los vecinos, los cofrades, villas y los pueblos se reunían a acompañar a la virgen con comida, misa en su honor, flores y adornos para el altar. Algunos autores atribuyen la difusión y costumbre del Altar de los Dolores al virrey conde de Gálvez a finales del siglo XVIII, durante su mandato, enfrentó una hambruna que azotó la Nueva España, provocada por una helada que afecto las cosechas de maíz. La situación fue tan critica que el virrey donó dinero de su bolsillo[1], para sobrellevar la situación. Pero, ante todo, la sociedad novohispana era católica, así que el virrey ordenó poner un altar a la Dolorosa, para obtener el favor divino. Este acto lo imitaron los pobladores de la Nueva España, comenzando una nueva práctica religiosa.

La tradición se fortaleció durante el largo siglo XIX, reflejando el sincretismo entre la cultura europea y prehispánica con las alfombras de aserrín o semillas diversas, recipientes de cristal, frontales y manteles de ricas telas europeas, eran parte del ambiente en torno al sermón de un sacerdote invitado a la casa o el rosario con los misterios dolorosos que rezaba algún miembro de la familia. Una conmemoración y tradición mexicana que ha perdurado hasta nuestros días, pero que irremediablemente se está perdiendo.

[1] De Icaza Dufour, Francisco, El Altar de los Dolores, una tradición mexicana, porrua, México, 1998, p 87

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